miércoles, 27 de noviembre de 2013

El orfanato de los signos de puntuación


Seguramente no sea ninguna novedad para cualquiera de los lectores anunciar en estas escuetas líneas, el importante papel que se lleva la puntuación dentro del texto. Ya desde pequeños, cuando aún tomábamos el lápiz con dificultad -esto es entre los doce y diecisiete años-, la profesora sentenciaba con periodicidad que la puntuación era la respiración del texto, y mientras eso se repetía día a día, no había nadie de ese recinto sagrado que aún hoy llamamos aula o salón de clases, que no asintiera tal afirmación sin saber si quiera dónde era que el texto debía "respirar". 

     Habitualmente, los ejercicios escolares referidos a la puntuación consistían en dos prácticas: una, colocar la puntuación a un texto sin ningún signo, y dos, marcar con rojo o verde cuando no lo hacíamos. Sin embargo, con el transcurrir de los años (lo que significa "con un título secundario bajo el brazo"), y aunque reconozcamos lo vital de una coma o punto en su lugar, pocas veces son usados los signos de puntuación. De este abandono de puntos y comas, es que resulta a posteriori la ambigüedad ya archiconocida del mensaje escrito (SMS, estado de Facebook, tesis, respuestas de exámenes, y la lista continúa).  
Sabemos que existen, que están en el orfanato de signos de puntuación esperando que un alma 'ñoña' (nerd,  cufa, sabelotodo, para quienes no entiendan el calificativo) les dé el papel que realmente se merecen. 
La cuestión, entonces, es que podamos rescatar los signos de puntuación y no porque se deba usarlos, sino porque al usarlos echamos luz sobre el texto. En otras palabras, de nada sirve andar poniendo indiscriminadamente puntos y comas porque terminé de escribir el texto y me di cuenta de que no usé ninguno. La función es intentar hacer más claro mi mensaje para que el lector entienda exactamente lo que se quiso decir. 
     Hecha la defensa de estos minúsculos signos, ahora viene la receta. El primer consejo para comenzar a tener consciencia de existencia y uso de la puntuación es elaborar oraciones cortas. Si no se tiene la práctica de una escritura más normatizada, es decir que se usa poco y nada la puntuación, lo ideal es que las oraciones no se transformen en un largo párrafo, intrincado y complejo, puesto que cuanto más larga la oración, más se necesita de la puntuación. Otra sugerencia, es leer en voz alta lo que se escribió. Tal como decían los maestros y profesores, la puntuación es la respiración del texto, es la pausa que hacemos en la oralidad. La lectura en voz alta es aconsejable para encontrar esos espacios que requieren de "aire". 
Finalmente, el secreto más guardado de todo alquimista-lingüista: la puntuación no se incorpora por ósmosis, así que usarla es la mejor manera de aprehenderla. 
Y para dar por terminado este artículo, antes del punto final, un bonus. En la literatura, muchos autores de gran talento, recurrieron al juego con la puntuación: Cortázar, García Márquez, Saramago, Kafka. En muchos de sus textos, se suprime por completo la presencia de signos de puntuación, desafiando tanto al lector como a los cánones. Un ejemplo del uso adecuado de la puntuación denominada "débil" es el relato breve "Un paseo repentino" de Kafka, cuyo primer párrafo se considera una única oración ya que carece de punto. Leer también es una buena manera de saber cómo funcionan las cosas en la textualidad. 

 Un paseo repentino
Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.
Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.


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