domingo, 29 de junio de 2014

Literatura para apurados


La literatura, tal y como la conocemos, bastante embaucadora la muy vivilla, puede engañar hasta al más astuto hombre perteneciente a esa raza de hábiles seres que se escapan de ella argumentando falta de tiempo. En envase pequeño, hace su presentación.

Denominados como literatura hiperbreve, microficción o microrrelatos, estos tipos de textos ficcionales se caracterizan- por si no lo ha notado aún el lector en la semántica de los prefijos-, por su extensión 'minimalista'. Más allá de las diferencias, entre uno u otro término (que las hay), se puede destacar una cuestión de tipo generalista: la primera y segunda, hacen referencia a la literatura en su conjunto, incluyendo no solo relatos, sino también poesía o pequeñas piezas dramáticas; por el contrario, la última acepción, se centra en la narración.
Porque lo prometido es deuda, en la entrada anterior, y dando comienzo a este taller de literatura, la propuesta de hoy gira en torno a la construcción de un microrrelato, género que, junto con la narrativa breve, admiro y frecuento.

Características genéricas
Al igual que cualquier texto narrativo cuenta con las particularidades de su género: una situación inicial en el que se encuentra el marco (personajes, tiempo, lugar), un conflicto (en el sentido de situación que genera el tratamiento y desarrollo de la acción) y su resolución.
Pero, a diferencia de lo convencional, en la ficción hiperbreve encontramos todo esto pero concentrado, de modo que suele complicarse la demarcación del espacio textual, dónde arranca uno y dónde culmina el otro. Desde mi perspectiva, la fuerza de un microrrelato radica en dos puntos: 1) el remate y 2) el lector.
Al tratarse de pocas líneas, el remate es decisivo. Y, la mayor parte de las veces, pone de cabeza al lector, sorprendiéndolo con un final inesperado: cuando todo hace pensar que es X, termina siendo Z. En cuanto al papel de quien procesa esas líneas, más conocido como lector, vale decir que su accionar es siempre, en todo texto, el de figura protagonista: es quien activa lo escrito. En este caso me parece singular, porque al tratarse de una historia condensada, su comprensión e interpretación se ve sujeta a muchas cosas no dichas pero planteadas.

La edificación
Que sean pocos ladrillos por pegar no asegura la facilidad de la construcción. Imaginar y materializar en pocas palabras una historia (léase: una HISTORIA), es más complejo que largarse a escribir desbocadamente.
Sugerencias de escritura:
-precisión: elegir las palabras, pensarlas, encontrarles el sentido de lo que se quiera decir.
- revisión y pulido: no solo de la parte estructural (oraciones, ortografía), sino del tono, de todo el material que sobre y que redunde en el texto. Para ello lo ideal es dejar que el relato “decante”; retomar su lectura a los días (meses, años) puede aclarar la situación.

Maestros de la ficción hiperbreve hay muchos, algunos conocidos, otros no tanto pero igual de talentosos.
Uno de los textos más afamados y cuya brevedad asombra, pertenece a la mano de Augusto Monterroso:

El dinosaurio*

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Microficción y humor
En general, suele deambular el tono humorístico y sus variantes, siendo el negro uno de mis favoritos. Si les place, pueden frecuentar la lectura de La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso, Falsificaciones del genio de Marco Denevi y, si tienen suerte, hay por allí un volumen de Grageas 100 cuentos breves de todo el mundo, editado por el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. 

Volviendo una página atrás...
Tal y como se dijo en la última entrada, está abierto el buzón para que lleguen sus textos breves, acá en El corrector líquido te encontrarás con un espacio abierto (y gratuito) para ser leído.
Para recordar:
Quienes lo quieran o necesiten, pueden mandar sus relatos cortos en PDF (no más de 1000 caracteres) a elcorrrectorliquido@gmail.com.


* http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/monte/el_dinosaurio.htm





miércoles, 25 de junio de 2014

La escritura creativa y la lectura anhelada

Todos sabemos que las ideas se materializan en palabras. Muchos de nosotros, tenemos como materia prima al lenguaje en todas sus dimensiones. 

Nuestras herramientas se acotan a un lápiz o un ordenador, y con ellos entre los dedos, armamos nuevas realidades, creamos conocimiento, vendemos, provocamos deseo, construimos y destruimos con y sin piedad también… Porque a diferencia de otras profesiones, el poder con el que contamos (todos incluidos) es ilimitado. Sin presumir de "superhéroes" –nada más lejos de ello –existe una raza de amasadores de palabras (si se me permite la analogía), que ansía formar parte de un selecto campo de poder: el de los escritores –entendido como aquel sujeto que dedica sus esfuerzos a la escritura creativa, consciente, original y algo (mucho) más también –. En este sentido, los concursos literarios vienen a ser como la lotería: la posibilidad está, que lo ganes, casi imposible. Un post aparte merece hablar de este tipo de concursos, pero lo cierto es que, quienes no escriben no se imaginan ni remotamente el trabajo que esta actividad exige: desde concentración, dominio de competencias específicas, conocimiento temático –por nombrar solo algunos pocos y no aburrir –. Si a esto, además se le suma que hablamos de escritura creativa, saltar la muralla China puede ser una buena comparación. Más allá de esta consideración, la intención aquí no es abrir un espacio de lamentos, todo lo contrario. Porque quienes escriben, necesitan ser leídos.
Por la profesión y otras deformaciones y vicios, he rondado los talleres de escritura y de lectura. He leído mucho y corregido bastante, he escrito poco y nada. He participado de concursos  (creo que fueron dos) con resultados esperables: nada. Sin embargo, como El corrector líquido es un espacio destinado al uso del lenguaje, principalmente a la lengua escrita, me siento en la obligación seudomoral de hacerme cargo de esta otra parte: la construcción de un texto ficcional.
Sin dilatar la cosa, la propuesta es que quienes deseen ser leídos por un lector experto, envíen sus textos, y desde el conocimiento (profesional, amateur, el gusto o la moda) nos leamos y construyamos ese lugar inaccesible para muchos de nosotros.
¿A dónde? Pueden enviar sus textos en PDF a elcorrectorliquido@gmail.com 
¿Cuánto? Como inicio, podemos pensar en relatos breves, que no superen los 1000 caracteres.
Luego de una primera revisión que asegure que no se trata de material ofensivo y que responde al objetivo de este espacio, la propuesta es que una vez por semana se publique en el blog El corrector líquido con nombre del autor. Quienes lo deseen podrán comentar acerca del texto que se publica a modo de “taller literario”. 
Aquí, un primer mojón. Próximamente, dedicaré unas líneas a este género tan atractivo como lo es la ficción hiperbreve.

El lector

No hizo más que leer, deseando ser escritor. Leer y leer y buscar lo nunca antes contado. Tuvo pilas de ideas que ahí mismo se amontonaron. Cuando aparecía una, iniciaba ese trágico camino a la decepción: ya estaba escrita.
Llegó un día en que no. Miró por allá, hurgó por aquí, rastreó y rastrilló.
Nada. Esa, no estaba.
Al tiempo que escribía, recortaba. Que este adjetivo sobra, que no tiene la fuerza que se necesita, que confunde al verbo, que la conjunción parte, rompe, estropea.
Finalmente, lo consiguió. Ocho líneas de perfección.
Cuando lo publicó, lo acusaron de plagio. 
C.V. 

  Nos leemos. (¿Nos leemos?)

jueves, 19 de junio de 2014

Cuando se escribe, no se habla


Algunos somos buenos en manualidades pero no contamos con la destreza física para embocar una pelota en un arco aun sin arquero. Te guste o no te guste, así es como se reparten los talentos en esta vida. En este sentido, algunos son expertos en el terreno de la oralidad, pero dejan mucho que desear –sobre todo al lector –en sus escritos. Los motivos son muchos y variados, pero bastará decir que en el acto de escribir se ponen en juego hasta cuestiones emocionales, psicológicas y neurológicas, además de las específicamente lingüísticas.

Como se sabe, ambas competencias pueden transformarse en suelo pantanoso si no se domina cierto conocimiento básico.  Pero mucho más terrible y satánico puede resultar confundir sus propias reglas de uso. Porque cuando se escribe no se habla. Por supuesto que está permitido que se hable mientras uno escribe, lo que está prohibido es escribir como si se lo estuviera contando. Traspasar los límites y llevar para el rancho del buen escribir lo que ocurre en el rancho del buen decir, puede ser nefasto aunque las intenciones sean buenas –ya sabemos también que de buenas intenciones nadie vive –.
La oralidad permite que sucedan  hechos lingüísticos que la escritura no. Y esto es posible, porque la Madre de la lengua gráfica, goza del efecto de la espontaneidad: aquello que se dice, se plasma en el sonido, no se ve y se diluye de inmediato. Esta facultad le abre las puertas, por ejemplo, a las repeticiones, a las expresiones de duda (eheheh…), a los latiguillos. Si creemos que todo esto puede ocurrir en la lengua escrita y no ser denunciados –y a hasta condenados por ello –estamos en un error.
Por ello, invito a todos a seguir las reglas de cada cual en su lugar. Y para finalizar una última consideración: si se quiere escribir lo que se habló, es decir, si se busca representar lo dicho en una hoja, pues rige la normativa de la escritura (puntuación, ortografía, etc): tomar alcohol y conducir está prohibido, da lo mismo si es vino o cerveza.