martes, 29 de julio de 2014

El taller literario: una caja de herramientas

Hace unas semanas atrás, El corrector líquido lanzó la propuesta de “caza de lectores” para aquellos que escriben ficción. Esta idea surge y se fundamenta en el concepto de taller literario, en este caso un taller virtual, con todas las características y adaptaciones que implica este singular modo de conexión entre autor y lector(es).
Un taller literario, tal y como se conoce, consiste en dos acciones básicas de las que luego se desprenden otras: escribir y leer, por un lado, comentar, corregir, alabar, destruir y un largo etcétera, por el otro.
En un taller literario convencional, la gente se junta para aprender a escribir literatura, escribiendo. En este espacio se generan consignas de escritura como puntapié inicial para el movimiento creativo. A continuación, con el resultado (texto) en la mano, se procede a su examen y análisis por parte de otros compañeros –también lectores y escritores a la vez –.  Suena muy simple, claro. Pero no lo es. Para asistir a un taller de escritura creativa hay que estar dispuesto a muchas cosas, entre ellas a la crítica (en un sentido de “construcción”). Otra de las cuestiones, es que hay que contar con disponibilidad horaria, y en muchas ocasiones, también monetarias.
En estos espacios, como en cualquier taller que disponga de la metodología adecuada, se trabaja a  partir de los “productos” y se construyen herramientas de forma colaborativa y corporativa. Se habla de narradores y puntos de vista, de la respiración del texto (puntuación), de la edificación textual, entre otras cuestiones que hacen a un texto literario, pero siempre partiendo de lo que se escribe.

¿Qué es el taller virtual“En busca del lector perdido”?
Ni más ni menos que lo que se dijo anteriormente, un espacio de lectura y construcción de herramientas discursivas. Con la ventaja de que en El corrector líquido no hay que cumplir horarios ni pagar un centavo. En este espacio de creación y creatividad ficcional, se invita a quienes quieran a compartir su relato breve, y desde el conocimiento formal y no formal de El corrector se trabajará el texto publicado también por  aquellos que quieran participar.

¿Cupo? Los que quieran. Cuantos más seamos, más oportunidades tenemos de continuar aprendiendo y de conseguir –quién nos dice – un editor. El corrector líquido espera tu texto en elcorrectorliquido@gmail.com. 

domingo, 20 de julio de 2014

Acerca de un Lector, un Escritor y una Ficción.

Interrogantes a modo de introducción. ¿Existe EL lector? ¿Qué lector se necesita? Quien lee lo que uno escribe, ¿lo hace como quiere uno que lo lea? ¿los lectores se buscan o se encuentran? ¿para qué leer literatura? ¿existen fines ocultos más allá del placer estético? ¿leerá un asesino para buscar el plan perfecto? ¿Hurgará en páginas ajenas la enamoradiza, con intenciones de plagio en la vida real? Los que leen, ¿se reconocen lectores? Los lectores ¿reconocen escritores?

Siguiendo con la propuesta del taller literario de El corrector líquido, aquí algo de ficción. 

Advertencia al lector

Cuidado, lector. Attenti. Este cuento no se desnuda, ni lo desnuda, no insulta, no lastima, no lo mata, ni se muere otro que hace que den ganas de ver su muerte, no se destripa a nadie, no se injuria, no lo metamorfosea en un sujeto bello o viceversa, no lo maldice gratuitamente y si paga, tampoco; no engaña ni lleva a cuestas fines de lucro, no lo seduce para quitarle la honra, ni pisotea su dignidad, no se burla de la(s) debilidad(es) suyas, tuyas, nuestras, ni engrandece famas mal habidas o bien habidas, no se destruye por placer ni se construye por gula, no engorda ni adelgaza ni lo convierte en ovolacteovegetariano ni en carnívoro caníbal, no; tampoco pone nada en venta, ni siquiera la creatividad que cuesta sentarse y ponerse a escribir, nada de eso encontrará en estas líneas, no salva ballenas ni usted. ni yo, no lo hace ni hará ganar la lotería, no lo salva de sus pecados del mismo modo en que no lo convierte en delincuente, no le repara daños internos o externos , no le baja el alquiler, ni da premios cargando códigos en la web, no satisface necesidad básicas insatisfechas, ni ya satisfechas ni por, ni de otro tipo, no liquida a su enemigo, no hace crecer el miembro masculino ni levanta prestigios femeninos, no lo protege, no le hace mimitos, ni da besitos ni tocaditas, no procura orgasmos instantáneos, no ratifica su buen nombre, no rectifica su buen nombre, no desarma bombas atómicas, no compra ni vende moneda extranjera, no engancha con cadena nacional.
Este cuento solo entretiene, un poco nomás. Así que si aún le quedan ganas de continuar, adelante. Señor, lector –genéricamente claro-, está avisado. La responsabilidad, desde este momento es solo es suya.

 La ceguera

Así fue.
Apresuró el paso, temiendo olvidar el tono. Abrió la puerta, encendió el ordenador y tipeó, letra a letra, la historia referida por aquel ciego. Al tiempo que los personajes fluían, su fama literaria se acrecentaba.
Tac tac tac tac tac ta c t a c t a c  t a c se escuchó hasta la madrugada.
A los días, retornó a su fuente nutricia. Pero el ciego, ya no lo era. Milagros para algunos, desdicha para el literato.
Y el que antes no tenía el menor registro de la grafía, se le dio por escribir. Enséñame, le dijo. -Por supuesto- respondió; era un hombre de letras. 
Abecedeeefegeacheijotaka tac tac tac ta c t a c TAC. PUM.

Los diarios ni mencionaron la muerte del anteriormente y ahora mal apodado ciego. Y el escritor, con su último relato de horror, se retiró honoríficamente de  los salones literarios. 

Cecilia Vera. 

¿Te interesa que El corrector líquido lea, publique y comente tu texto? Envialo a elcorrectorliquido@gmail.com


martes, 15 de julio de 2014

Mitos de la escritura

Dicen por allí que en el mundo hay lugar para todo y todos. Y como existen escritores endiosados, héroes de la escritura y simples mortales de la letra, también hay cierta mitología de la escritura. Lo que aquí propongo no es más que un repaso escueto de los cinco mitos más comunes, hay más y más complejos. Pero por algún lado hay que comenzar: 

  1.            Dedos mágicos o escribir es una pavada (con todos los sinónimos que bien ocupan el lugar de pavada: “papa”, “fácil”, “boludez”, y un largo etcétera).  Quienes ejercitan la escritura más allá del mensaje de texto o el chat, estarán de acuerdo conmigo en que escribir es una tarea realmente extenuante. Algunas personas que no conocen del tema creen que la magia está en los dedos, no en la cabeza.
  2.             De musas y otras invocaciones. Los que se dedican a escribir se enfrentan a millones de pedidos: desde escribir un cuento hasta una tarjeta de felicitación, una carta de condolencias, o una tesis. Y, como corolario del punto 1), la urgencia del pedido. Tal vez te suene conocido “ah, vos que sabés… ¿podés escribirme X? No hay apuro, es para la noche”.  Gente linda y pedigüeña: no todos escribimos todo, ni las ideas nos llegan por canales extrasensoriales. Escribir tiene su tiempo y su especialización.
  3.         La fortuna del escritor (en sentido genérico,  pues quien hace un artículo también lo es). Si hay algo alejado de la realidad de la mayor parte de quienes se dedican a escribir, es la economía abultada. Se gana poco –poquísimo –, la competencia es feroz, los clientes quieren pagar el precio más bajo aunque resigne calidad, eficacia, cumplimientos…  ¿Y quienes escriben literatura (ficción)? pues esa raza de personas sí que merecen el mayor de los respetos (y casi condolencias). El campo intelectual, el mercado editorial y los medios de publicación son casi una utopía. Eso sí, si la pegan, LA pegan.
  4.      La belleza de la escritura. Lo que se considera “escribir lindo”, no es ni más ni menos que escribir bien. Por si todavía no queda claro, significa respetar la normativa del lenguaje en su conjunto, adecuarse a un contexto comunicativo, usar las herramientas discursivas. Y esto no es “don”. Es trabajo.  Sí, escribir es un trabajo.
  5.       El nombre propio. La mayoría de las veces, los autores quedan detrás de un alias, un seudónimo o las solitarias iniciales. Concursos literarios, sitios de redacción, participación en blogs, correcciones… Pareciera que todo ese trabajo está hecho por manos y cabezas imaginarias (¿buscadores?). Pues no señores y señoras, habemus gente que lo hace. Por eso hoy, escribo en nombre propio
Cecilia Vera

sábado, 12 de julio de 2014

Una lectura de "Los quince".

En la entrada anterior, tuvimos el placer de leer “Los quince”, un bello relato breve que recordaba, en su argumento, nada más y nada menos que la ritual celebración de las mujeres.

Una historia muy simple cuya fuerza radica en la elección del narrador. Verónica, su autora, tuvo la acertada decisión de que su cuento estuviera contado en primera persona, protagonista. Sin lugar a dudas, el tono narrativo y el efecto catártico en el lector no sería el mismo si estuviera en una tercera persona.
Quienes ejercen el oficio de escritor sabrán que una de las mayores y de las más complejas elecciones  a las que se enfrenta el autor es quién contará la historia y desde qué perspectiva. No es la intención dar cátedra de tipos de narradores, pero en relación “Los quince”,  y al género discursivo que subyace al cuento –la anécdota – nada mejor que la primera persona gramatical (yo) para dar contundencia al relato. Tipo de narrador y tono anecdótico  se conjugan para dar como resultado un buen efecto de realidad. La verosimilitud, característica primordial de un cuento realista, aparece dada justamente por el modo en que se cuenta:

 “Y no es que antes fuese hermosa, no, no, sino que mi rostro entonces redondo, las mejillas hinchadas y los ojos desorbitados no se hallaban  con el resto de mi cuerpo larguirucho, enclenque.”

Evidentemente, no caben dudas acerca de lo que le ocurre (casi un padecimiento) a la protagonista. Y este sentimiento tan marcado permanece en todo el texto a tal punto que al finalizar logra la empatía del lector.
Tan acertado resulta el narrador como la adjetivación que refuerza la idea de "en carne propia", y que juega, en algunos pasajes, con la analogía:

“…mis trazas no eran sino las de un pichón de flamenco esmirriado, desplumado, enfermo.”
 “…porque me veía yo como un largo estilete de esgrima a punto de ser depositado en su vaina.”

Consideración aparte merece el desenlace. Una historia simple que termina tal como comenzó, sin final estrepitoso. Una genialidad. A veces, los escritores imaginamos que, al mejor estilo "cine de acción pochoclero", el final debe rebalsar. Y en general, esto es lo que menos espera el lector. “Los quince” termina sin cambios de tono, sin un final desconcertante. La última acción no es más que una mirada, alguien que observa la situación. Sin embargo, quien mira porta el poder otorgado por la Historia: es el padre. Y así cierra, recordando en ese último párrafo la relación de padres e hijas, porque en este relato se cuentan muchas historias.

En la propuesta de taller literario de El corrector líquido, también está la tarea de señalar aquello que podría mejorarse. En “Los quince”, se sugiere trabajar la estructura de párrafos. Quizás, colocar algún punto y aparte sumaría tensión in crescendo a lo que se está relatando, poniendo "altos en el camino del lector": 
De más está decir que, al probarme el rosado atuendo, mis trazas no eran sino las de un pichón de flamenco esmirriado, desplumado, enfermo. /  No iba a ser gran fiesta. (la barra pertenece a El corrector, e indica la posibilidad de establecer un párrafo con esa única oración)


Mis congratulaciones a Verónica Viñas quien dio un excelente indicio de sus dotes de escritora. Esperamos volver a leer alguna de sus producciones.

¿Alguien más está “En busca del lector perdido”? Como siempre, se invita a que envíen a elcorrectorliquido@gmail.com sus textos breves para ser publicados, leídos y comentados.






lunes, 7 de julio de 2014

La lectura semanal: "Los quince".

Continuando con la propuesta del taller literario "En busca del lector perdido", y para amenizar este comienzo de semana, les dejo "Los quince", un relato breve cuya autora, Verónica Viñas, hizo llegar a El corrector líquido. Sin más demoras, adelante, tienen la puerta abierta: 


Los quince   

Después de aquel espantoso ataque de asma, mi aspecto se había deteriorado de tal manera que ya no podía reconocer mi cara en el espejo. Sí podía distinguir mi figura desabrida y escuálida -lo era aún antes de la enfermedad- pero mi cara, deformada por los corticoides, ya no era la de antes. Y no es que antes fuese hermosa, no, no, sino que mi rostro entonces redondo, las mejillas hinchadas y los ojos desorbitados no se hallaban  con el resto de mi cuerpo larguirucho, enclenque.  Para colmo, esa semana cumplía quince años. Tenía la obligación de ponerme el vestido de plumetí rosa de los quince de la tía Cora, que la modista había estado acondicionando para mí desde hacía dos semanas.  Lo trajeron a casa ese mismo sábado. De más está decir que, al probarme el rosado atuendo, mis trazas no eran sino las de un pichón de flamenco esmirriado, desplumado, enfermo. No iba a ser gran fiesta. Solamente mis tíos directos, los hermanos de papá y las hermanas de mamá, los cinco o seis primos, un matrimonio vecino, seis o siete amigas; no eran épocas de pensar en celebraciones. Papá no tenía trabajo y mamá lo tenía triple; de modo que el cumpleaños era simplemente una mera ilusión familiar que no podía ser pasada por alto. Llegó la hora temida de enfundarme en el dichoso vestido. Enfundarme, sí, porque me veía yo como un largo estilete de esgrima a punto de ser depositado en su vaina. Sabía que mis amigas -a esa edad tenía muy pocas- iban a reírse a escondidas, pero no tenía escapatoria y, en esos tiempos, no me hubiera atrevido jamás a cuestionar el hecho de que yo quisiera o no quisiera lucir semejante atavío; simplemente tenía que hacerlo. Esas cosas  no se discutían. Cuando al fin aparecí en el living de mi casa, en medio de la pompa que merecía la ocasión, percibí los murmullos y las risitas contenidas de las chicas. Creí morir. No acertaba a  mirar a nadie a los ojos y no lograba distinguir absolutamente  nada. Jamás olvidaré aquel día. Cuando al fin pude ver descubrí cómo, desde  un rincón de la sala, apoyado contra la pared y con el traje azul de todas las fotos, me observaba con amor infinito -como se contempla a la cosa más bella- la mirada embelesada de mi padre.                                                      
Verónica Viñas 

Como siempre, en la próxima entrada se comentará el texto publicado. Mientras, lean, comenten y manden sus producciones literarias a elcorrectorliquido@gmail.com, si es que también están en busca de un lector. 

sábado, 5 de julio de 2014

Escribir bien es dinero

La tarea de escribir, aunque muchos crean lo contrario, es rutinaria, de todos los días y de cada momento. Incluso, algunos comienzan ejercitándola aun antes de poner un pie fuera de la cama, al enviar un mensaje de texto o un correo electrónico desde un dispositivo móvil.  En este sentido y en otros más también, la eficacia de lo que digamos puede traducirse en dinero.

La metáfora mercantilista de “el tiempo es dinero”  puede encontrar su variante en “escribir bien es dinero”. No es necesario aclarar que una porción de gente se gana la vida escribiendo, lo que ejemplifica bastante bien el sentido metafórico. Sin embargo, si uno presta un pelillo de atención a su alrededor también podrá observar la validez de la metáfora en situaciones más cercanas a uno. Cuando solicitamos un puesto laboral y entregamos un curriculum vitae o una carta de presentación, es un ejemplo de esto. Según Pedro Luis Barcia, Presidente de la Academia Nacional de Educación y ex Presidente de la Academia Argentina de Letras, el poco dominio de las normas del lenguaje, sobre todo las ortográficas, tienen un alto poder de descalificación social. Alguien que escribe: "Estado cibil" o  "Experiensia lavoral" (con todas las variantes posibles), está por lo menos un escalón más abajo de quien demuestra competencia y estudio. 
Pero no solo al pedir empleo se puede observar la metáfora “escribir bien es dinero”. También aparece detrás de un reclamo escrito a la empresa de gas por un error en la facturación (por poner un caso concreto), en la descripción del servicio que brinda tu empresa (¿cuántas veces te has preguntado “pero… y a qué se dedican”?), la respuesta que redactas a un cliente que te consultó vía correo electrónico, entre otros. Y cuando nos referimos a "escribir bien" no se habla solamente de ortografía. También se incluye la falta de claridad en las ideas, su organización, el vocabulario elegido, la estructura, el uso de fórmulas de cortesía. 
Por ello, personas hablantes del santo español: sepan que escribir mal genera pérdidas monetarias. Así que si no estás dispuesto/a a perder una sola moneda, atención a lo que escribes. No te harás millonario de la noche a la mañana, pero por lo menos tendrás más chance de serlo.





jueves, 3 de julio de 2014

A escribir aprendemos leyendo. El veredicto.

Días atrás, un escritor hizo llegar su cuento a El corrector líquido con la intención de participar de este incipiente espacio de lectura y escritura literaria. Así se publicó "Cascadas trágicas" de Jesús Javier Corpas Mauleón. 

(En principio, cuando leía este relato pensaba en la cantidad de buenos escritores que andan en busca de lectores -o no, pero que deberían estar buscándolos-.)
Si aún no lo hicieron, sugiero la lectura de "Cascadas trágicas", un buen relato cuyo argumento más allá de lo que se cuenta, gira alrededor de la palabras que lo construyen. Quienes ya lo hayan leído coincidirán en que el mayor protagonista es el lenguaje mismo, la manera en que se cuentan los hechos se construye de modo tal que pareciera que lo que ha ocurrido es mucho más de lo que realmente es. Un virtud del escritor. 
Así, se destaca: 

- La estructura sintáctica: que rompe el orden clásico (sujeto y predicado). En el cuento, el énfasis está en la acción, que irónicamente, se presenta polvorienta, cansada, desteñida…  (“escasas eran allí las lluvias”)
- El juego sonoro: se dice "presuntuosa, pétrea, palacial… amplia, alta, acerada y antigua" que, paradójicamente, le da ritmo a la prosa. 
-Interesantes juegos del lenguaje: "acogedoramente fríos" (oximoron). 

En cuanto a la relación historia y relato, la propuesta de anunciar al personaje, pero creo más al lector, de que algo nefasto sucederá en breve a partir del cambio climático, es una atractiva manera de proyectar el desenlace (fatal, inevitable). 
Por último, el final. Suelen ser más seductoras las resoluciones cerradas pero no dichas. Quiero decir, aquello que se cuenta en las líneas que no se escribieron pero que está allí, latente en el relato. Este es uno de esos casos. 
Pero para El corrector líquido no todo es brillante. Por supuesto que hay algunas sugerencias. La primera tiene que ver con los guiños al lector. Por ejemplo, cuando se expresa el pensamiento del propietario puede colocarse en cursiva (el uso de guión o raya de diálogo, aunque puede cumplir el mismo objetivo como marca discursiva, suele emplearse más para demarcar una conversación). Cito: 
  "Aspecto pulcro aunque austero, gesto más serio que amable, correcto y educado, pero casi mudo; metódico, madrugador, miniatura de medalla   en el ojal ¿qué hará por aquí? No daba con la solución y eso le rompía su equilibrio cotidiano, aunque le gustaba la exacta regularidad de aquel hombre." (cursiva de El corrector)

Por último, una consideración acerca del título. Si bien es cierto que existe una relación con el argumento, tal vez sea demasiado directa, cuente más de lo que se deba contar con la elección de "trágicas".  
Como conclusión, se puede decir que en el texto se observa trabajo de escritor. Hay un buen planteo argumental que se sostiene en lo que no se dice, hay tensión que se mantiene hasta el final, hay una historia interesante que se cuenta y una interesante manera de contar la historia. 

Por supuesto, El corrector líquido agradece a Javier, su autor, por compartir su obra y permitir que se hable de ella. 

Con "Cascadas trágicas" inauguramos la temporada de Taller literario en El corrector líquido. Se esperan más relatos cortos en elcorrectorliquido@gmail.com para continuar leyéndonos la próxima semana. Como también se esperan comentarios, sugerencias, acerca de lo que se publica. 







martes, 1 de julio de 2014

Un cuento para ir leyendo

El primer cuento hace su presentación. Acá lo dejo, para que lo lean y, si les place, comenten. Próximamente, las críticas de El corrector líquido. Disfruten. 


CASCADAS TRÁGICAS

La Calle Mayor era larga, seria, gris y un poco triste. Unía los dos grandes negocios de la villa, la prisión en un extremo y el hostal en el otro; en el centro, el café. Lejos de él, la carretera de circunvalación, poco transitada, también pasaba frente a los dos establecimientos que concentraban el empleo y el alojamiento, voluntario o no, de la pequeña ciudad.
Era ésta un poco presuntuosa, pétrea, palacial (se presentía un pasado esplendor perdido), pausada, y poco poblada. El café era vetusto y decadente, oscuro y alargado; también debía haber vivido mejores tiempos, según anunciaba su decoración casi centenaria. La barra era amplia, alta, acerada y antigua. Tras ella se parapetaba un mandil, y tras este otro muro, de tela, miraba pasar la vida el dueño, canoso, circunspecto y curioso.
Al propietario le gustaba matar el tiempo con sucesiones de términos con las que jugaba a describir el mundo; y a veces, cuando el tedio era mucho, asesinaba a Cronos buscando similitudes entre algunas de ellas. Sereno,  senecto, secreto, sedentario, sedante, seco, solitario, satisfactorio, era su último circunloquio, en este caso sobre su pueblo. Él, a aquellos arabescos, los llamaba cascadas de palabras; quizá porque escasas eran allí las lluvias, y cuando aparecían, lo hacían torrenciales para desgracia de los campos.
También, la rara vez que tenía un cliente nuevo, le gustaba adivinar su razón, quién era y a qué había venido; se vanagloriaba de acertar habitualmente. Y desde hace días tenía a aquel forastero.
Llegaba siempre temprano, siempre vistiendo un traje negro, siempre saludando igual de correcto, siempre ocupando la misma mesa. Todos los días leía el periódico mientras desayunaba un café solo; todos dejaba la misma propina, y todos, tras devolver la prensa cuidadosamente y despedirse, abandonaba el local doblando hacia la derecha, en dirección al hostal siempre; y siempre solo.
-Aspecto pulcro aunque austero, gesto más serio que amable, correcto y educado, pero casi mudo; metódico, madrugador, miniatura de medalla   en el ojal ¿qué hará por aquí?-No daba con la solución y eso le rompía su equilibrio cotidiano, aunque le gustaba la exacta regularidad de aquel hombre.
A veces, al entregar el cambio, había visto al señor mirando en su cartera una foto de una dama y unos adolescentes; y una alianza en su anular; y amargura en sus azules ojos, enmarcados por profundas ojeras ¿viudo? Quizá una terrible desgracia le había quitado a todos los suyos.
El café y el pueblo, para el hostelero, eran atávicamente ordenados, felizmente monótonos, satisfactoriamente aburridos, y acogedoramente fríos; nada alteraba su tranquilo ritmo. Hasta el gato del local tenía aquel carácter; no se le conocía ninguna estridencia, y pasaba las horas sesteando junto a la estufa. Asemejaba un peluche.
El hombre había llegado a su hora, dado los buenos días, e instalado en su   mesa, convirtiéndose en el tercer ser semivivo del establecimiento. El dueño contestó, y le sirvió con la moderada alegría que le daban las pautas rituales; le gustaba que todo fuera así; sosiego y rutina. El felino dormía, y él se dispuso a hilvanar sus palabras, como todos los días.
La mañana, que había empezado con claridad serena, viró a una atmósfera inquietante de tormenta; había nacido alegre y azul, pero se frustró joven, y se volvió oscura y plomiza; como ellos. Un viento sospechoso comenzó a soplar. Bruscamente sonó un tremendo trueno -el gato saltó electrizado lanzando un terrible maullido; al barman se le cayó la taza, eternamente refregada, haciéndose añicos- siguiéndole otros, y multitud de grandes gotas repicaron sobre los cristales.
El cliente apretó fuerte las manos que sujetaban el diario, arrugando sus hojas. De inmediato lo lanzó abierto contra la mesa, y arrojó también un billete excesivo. Después se levantó bruscamente y, mucho antes de su hora habitual, se dirigió rápido a la puerta sin esperar su cambio. No se despidió, y dobló hacia la izquierda presuroso, en dirección al presidio.
El mundo del propietario, de repente, cogió una velocidad de vértigo, y una estridente sirena comenzó a sonar en el interior de su cabeza. Alarmado, corrió hacia la mesa. Vio el periódico abierto en una página; destacaban unas fotos antiguas, de una mujer joven con unos niños a un lado, y de un individuo de aspecto patibulario al otro; éste terminaba, precisamente hoy, una larga condena en el penal local por el múltiple crimen, narraba la noticia. Salió fuera seguido por su macota.
 El hombre se hallaba ya muy lejos y no atendió a sus gritos. Caminaba acelerado, y sus ojos tristes habían tomado un tono metálico y duro. “Auténticas cataratas caían de los crecidos cúmulos, corrían por los canalones, y calaban al negro caballero en su camino hacia la cárcel” pensó el barman. Bajo la chaqueta del forastero, en su cinto, reflejaba los destellos eléctricos el cañón de una pistola. Clamaba a agonía una campana, en una calle con una luz casi crepuscular. Una catedral de rayos crispaba el cielo. El dueño y el gato se estremecieron con el último relámpago, que más que de las nubes, jurarían emergía de la mano del cliente.

Jesús Javier Corpas Mauleón