lunes, 7 de julio de 2014

La lectura semanal: "Los quince".

Continuando con la propuesta del taller literario "En busca del lector perdido", y para amenizar este comienzo de semana, les dejo "Los quince", un relato breve cuya autora, Verónica Viñas, hizo llegar a El corrector líquido. Sin más demoras, adelante, tienen la puerta abierta: 


Los quince   

Después de aquel espantoso ataque de asma, mi aspecto se había deteriorado de tal manera que ya no podía reconocer mi cara en el espejo. Sí podía distinguir mi figura desabrida y escuálida -lo era aún antes de la enfermedad- pero mi cara, deformada por los corticoides, ya no era la de antes. Y no es que antes fuese hermosa, no, no, sino que mi rostro entonces redondo, las mejillas hinchadas y los ojos desorbitados no se hallaban  con el resto de mi cuerpo larguirucho, enclenque.  Para colmo, esa semana cumplía quince años. Tenía la obligación de ponerme el vestido de plumetí rosa de los quince de la tía Cora, que la modista había estado acondicionando para mí desde hacía dos semanas.  Lo trajeron a casa ese mismo sábado. De más está decir que, al probarme el rosado atuendo, mis trazas no eran sino las de un pichón de flamenco esmirriado, desplumado, enfermo. No iba a ser gran fiesta. Solamente mis tíos directos, los hermanos de papá y las hermanas de mamá, los cinco o seis primos, un matrimonio vecino, seis o siete amigas; no eran épocas de pensar en celebraciones. Papá no tenía trabajo y mamá lo tenía triple; de modo que el cumpleaños era simplemente una mera ilusión familiar que no podía ser pasada por alto. Llegó la hora temida de enfundarme en el dichoso vestido. Enfundarme, sí, porque me veía yo como un largo estilete de esgrima a punto de ser depositado en su vaina. Sabía que mis amigas -a esa edad tenía muy pocas- iban a reírse a escondidas, pero no tenía escapatoria y, en esos tiempos, no me hubiera atrevido jamás a cuestionar el hecho de que yo quisiera o no quisiera lucir semejante atavío; simplemente tenía que hacerlo. Esas cosas  no se discutían. Cuando al fin aparecí en el living de mi casa, en medio de la pompa que merecía la ocasión, percibí los murmullos y las risitas contenidas de las chicas. Creí morir. No acertaba a  mirar a nadie a los ojos y no lograba distinguir absolutamente  nada. Jamás olvidaré aquel día. Cuando al fin pude ver descubrí cómo, desde  un rincón de la sala, apoyado contra la pared y con el traje azul de todas las fotos, me observaba con amor infinito -como se contempla a la cosa más bella- la mirada embelesada de mi padre.                                                      
Verónica Viñas 

Como siempre, en la próxima entrada se comentará el texto publicado. Mientras, lean, comenten y manden sus producciones literarias a elcorrectorliquido@gmail.com, si es que también están en busca de un lector. 

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