sábado, 12 de julio de 2014

Una lectura de "Los quince".

En la entrada anterior, tuvimos el placer de leer “Los quince”, un bello relato breve que recordaba, en su argumento, nada más y nada menos que la ritual celebración de las mujeres.

Una historia muy simple cuya fuerza radica en la elección del narrador. Verónica, su autora, tuvo la acertada decisión de que su cuento estuviera contado en primera persona, protagonista. Sin lugar a dudas, el tono narrativo y el efecto catártico en el lector no sería el mismo si estuviera en una tercera persona.
Quienes ejercen el oficio de escritor sabrán que una de las mayores y de las más complejas elecciones  a las que se enfrenta el autor es quién contará la historia y desde qué perspectiva. No es la intención dar cátedra de tipos de narradores, pero en relación “Los quince”,  y al género discursivo que subyace al cuento –la anécdota – nada mejor que la primera persona gramatical (yo) para dar contundencia al relato. Tipo de narrador y tono anecdótico  se conjugan para dar como resultado un buen efecto de realidad. La verosimilitud, característica primordial de un cuento realista, aparece dada justamente por el modo en que se cuenta:

 “Y no es que antes fuese hermosa, no, no, sino que mi rostro entonces redondo, las mejillas hinchadas y los ojos desorbitados no se hallaban  con el resto de mi cuerpo larguirucho, enclenque.”

Evidentemente, no caben dudas acerca de lo que le ocurre (casi un padecimiento) a la protagonista. Y este sentimiento tan marcado permanece en todo el texto a tal punto que al finalizar logra la empatía del lector.
Tan acertado resulta el narrador como la adjetivación que refuerza la idea de "en carne propia", y que juega, en algunos pasajes, con la analogía:

“…mis trazas no eran sino las de un pichón de flamenco esmirriado, desplumado, enfermo.”
 “…porque me veía yo como un largo estilete de esgrima a punto de ser depositado en su vaina.”

Consideración aparte merece el desenlace. Una historia simple que termina tal como comenzó, sin final estrepitoso. Una genialidad. A veces, los escritores imaginamos que, al mejor estilo "cine de acción pochoclero", el final debe rebalsar. Y en general, esto es lo que menos espera el lector. “Los quince” termina sin cambios de tono, sin un final desconcertante. La última acción no es más que una mirada, alguien que observa la situación. Sin embargo, quien mira porta el poder otorgado por la Historia: es el padre. Y así cierra, recordando en ese último párrafo la relación de padres e hijas, porque en este relato se cuentan muchas historias.

En la propuesta de taller literario de El corrector líquido, también está la tarea de señalar aquello que podría mejorarse. En “Los quince”, se sugiere trabajar la estructura de párrafos. Quizás, colocar algún punto y aparte sumaría tensión in crescendo a lo que se está relatando, poniendo "altos en el camino del lector": 
De más está decir que, al probarme el rosado atuendo, mis trazas no eran sino las de un pichón de flamenco esmirriado, desplumado, enfermo. /  No iba a ser gran fiesta. (la barra pertenece a El corrector, e indica la posibilidad de establecer un párrafo con esa única oración)


Mis congratulaciones a Verónica Viñas quien dio un excelente indicio de sus dotes de escritora. Esperamos volver a leer alguna de sus producciones.

¿Alguien más está “En busca del lector perdido”? Como siempre, se invita a que envíen a elcorrectorliquido@gmail.com sus textos breves para ser publicados, leídos y comentados.






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